viernes, 20 de febrero de 2015

DELIRIO 


Lo hubiera dado todo por escribir de la nada, del vacío, pero no pude. Estabas tú y tu idolatría, tu veneno adictivo y tu alegoría de la vida. Estabas tú, mi más grande musa creada en el fijo instante del incesto entre el diablo y un ángel. Estabas tú el motor de mi lápiz, el anhelo impaciente de mis letras, el insumo desarrollo de mis poemas, el despertar del insomnio de mis ojeras, el elixir liberador de agonías, estabas tú, la pérfida humana hecha poesía. 

Y es que escribirte es complicado cuando no haces más que atarme a tus exigencias podridas, a tus estímulos elocuentes llenos de roñosería, a tus estrictos esquemas que ultrajan hasta la cursilería, a tus partidas donde regias, tú reina de la alevosía. Mucho más complicado aún entender los efectos de tu labia, de tu otear, de tu atisbar, incluso de tu besar, cuando inmersas estaban tus pretensiones, ideas mismas de personificar la villanía. 

 fue ahí cuando dejé de drogarme, de beber, de escribir, dejé todo aquello que no me hacía ningún bien, simplemente dejé de lado todo aquello que me hacía daño, empezando por ti, el peor malestar del que sufrí. Pero ni con eso pude seguir, aún recordaba cada palabra escrita inspirada en ti, aún distinguía la ironía de escribirte incluso después de sucumbir por no dormir, aun resaltaba todo ese arte propagado de ti, y peor aún seguían presentes los ciento un mil versos dispersados en la pared cubierta de satín. 

Entonces me pregunté ¿por qué hombres tan descompuestos componen poesía? Es más que obvio, porque es esa misma pena la que se ataña y hace mover la pluma como si fuera una bailarina, como si influyera algo más que simple energía, como si interviniera la propia vida. Entendí que la imprudente manía controlaba mi ser y que cualquier disparate me iba a enloquecer, así que tome cada papel pegado en la pared y con nada más que una llama proveniente de una cerilla los quemé. 

La llamarada provocó un ímpetu indescriptible, una hoguera que ardía a mis orillas, una temperatura tal que me abrasaba la piel, un inmenso calor que provocó no solo sudor, también dolor. Después de ese gran incendio donde el recuerdo ardía en las llamas del olvido, donde el fuego causaba un desastre en las entrañas y el alma, después de ese desastre donde no podía respirar por la falta de oxígeno y el shock innato de lo acontecido, yo seguí ahí, soplando las cenizas.

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