COMO UN FÉNIX
Ahí estaba un amanecer más, con su tinte impreso como una huella de su propia personalidad implantada en sus cicatrices, la perpetuidad ilustrada, brotada en la tez de Celso. Probablemente plasmada en incontables brazos, dibujada en blanco y negro, a color, tal vez mal o demasiado bien, pero ahí estaba, como un patrón en contra de las adversidades, adaptada a la resistencia, con idoneidad vital, ¿de audacia?, O quizás ¿de prudencia?, seguramente exhalando su existencia, su existir y nada más.
Celso resistiendo el borde de un túnel, treinta y ocho grados a la
sombra, más se asemejaba a un mundo sin cosmos que un fénix renacido en vigor,
y sin embargo, seguía ahí, crepúsculo tras crepúsculo, manifestando que su
corazón aún palpitaba, postrado, agazapado, tratando de no caer por el titubeo
de sus piernas que temblaban al tiempo que el túnel al pasar camión por camión.
Caminé cerca de él, presencié por duodécima vez aquel tatuaje amenazador,
resollaba, y ahora el pudor me hacía asemejarlo a un San Celso acribillado.
En ese lugar se encontraba con sus alas fracturadas, asfixiado por las
cenizas, surgiendo hacia el aire norte que respiraba. Deliberadamente
su mirada se clavó en mí de una manera inquietante, sus ojos brillaban aun
siendo opacos por el color rojizo que su órbita generaba, era inminente, más no
remota la idea de su plumaje descolorido, desgarbado, consumido por el tiempo,
desgarrado por el ímpetu de los momentos de furia y dolor, mutilado a tal punto
que sus cálamos no parecían ser tales. Desconsuelo era lo único que inspiraba
Celso en mí, pero aun siendo solo angustia producía algo más que un sentimiento
de antaño, generaba calma.
Sus ojos cortejaban con desdén, desprecio inmutado en el
movimiento de sus extremidades cansadas por los duraderos vuelos que emprendía
con las ansias de encontrar consuelo en el aire fresco del cielo inmutable.
Desorbitado por el desplazamiento arduo que obraba para salir del túnel posó su
mirar a la lejanía intentando pensar cómo sería renacer de entre las cenizas al
igual que su vivaz ave fénix tatuada en el brazo; sin embargo, eran claros sus
deseos mas no sus actos, que se quedaban cortos a comparación con su mirada que
aunque perdida parecía tejer vida.
Con sumo esfuerzo se apoderaba de una fuerza tal que sus
garras carcomidas parecían desmoronarse a cada paso, el suplicio del momento
insinuaba que la calma se agotaba, no aguantaba el peso de su cuerpo, entre
sollozos quería profundamente que sus lágrimas cubrieran las heridas y las
sanaran con un solo parpadeo, anhelaba tener la paciencia como un don y no como
una tortura impuesta por la existencia misma, esa misma que ahora hacía de
Celso un ser con un período de infierno que no pasaba ni los veinticinco años
de edad, su renacimiento estaba por acontecer, su forma física y espiritual
estaban por consumar, ahora su tiempo concluía, él lo sabía, y entre nada más
que una protuberante sonrisa, como si su pico hubiera sido forjado entre el
mejor de los metales se despidió de la humanidad y de la creación misma
mientras su dermis amarilla ardía en llamas y su corazón se purificaba bajo la
acción de un renacer cubierto de brasas.
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