viernes, 1 de mayo de 2015

JUSTO AHÍ, DESDE MI VENTANA OBSERVO 



Justo ahí, en el momento exacto en que miro los rebotes de su cadera, como un contoneo pensado, preciso, exacto, sin nada más que un ir y venir, observo desde la ventana mil maravillas, una de ellas es el atardecer rojizo, candente, con un aire seco y frío, las otras novecientas noventa y nueve son suyas en todo su esplendor, quizás más, porque si llegara a contar cada uno de sus cabellos y pestañas serían más de un millón. Entre las que destacan sus pecas, su mentón y su mirada, sin mencionar su delineada cintura, seguida por sus piernas tersas e infinitas. Justo ahí, cuando su mano ilumina su gracia, su sencillez y su armonía luego de rozarse el cabello, es imposible que al menos me mire o me note frente a la ventana, y mejor que no lo haga porque probablemente esté botando baba entre la idiota cara que se me ha dado. Pena me daría, debido a la timidez que mis genes me han otorgado, gracias les doy a mis queridos ancestros por hacer de mi un cobarde, que ni la hora es capaz de pedirle o incluso darle a esa bella dama, mi vecina, ella, la adorada. Es un deseo incontrolable el que siento en mi torrente, pero, ¿qué puedo hacer yo desde la ventana empañada que no sea simplemente verle? Gritar su nombre si tal vez lo supiera, o rogar por su amor como si fuera mi cenicienta.  Quizás algún día pueda decirle buena tarde, o buena noche, si es que la inmensa labia de mi mente no se entorpece, tal vez enviarle una carta escrita a mano, en la que estén plasmadas mis múltiples novelas, en las que sin lugar a dudas ella es la única e inusual protagonista dueña de la mismísima hermosura. Cursi parezco pero no soy más que un simple humano lleno de morbo que no para de verle la cadera a la dama efímera con senos que provocan al unísono mi sexo y corazón. Justo ahí cuando su sombra se esfuma junto con su cintura, cuando su meneo intenso se pierde al dar la vuelta en la esquina, cuando mi aliento vuelve luego de unos minutos sin oxígeno, cuando una vez más pienso en su contoneo algo intenso, como si supiera que la observo desde mi lejana ventana, cuando entre mil ideas que mi mente propone se despide con su cadera protuberante que viene y que va. Sin lugar a dudas es justo ahí cuando mi mente actúa junto con la lujuria. Haciendo de mi un Don Juan más que se tiene que conformar con unas imágenes grabadas en la cabeza para desentonar con la palma de la mano el deseo incontrolable de tocar esa, su majestuosa, hermosa y desbordante figura. 

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